Presentado al último concurso de TMB de relatos cortos, para la diada de Sant Jordi de 2013. Las prisas no me dejaron pulirlo y arreglar algunos fallos sintácticos. Ahora ya se puede decir que está acabado. Gracias a mis críticos Belinda, Feli y en especial mi tocayo David, por sus comentarios siempre constructivos.
Paradas de metro
Ellas marcaron mi vida.
En la línea roja, la uno, la primera, en ella estaban la mayoría de
ellas. En la de mi barrio quedábamos para ir al centro. Casi no
teníamos un duro, pero siempre conseguíamos algunas tarjetas o
billetes o monedas para comprarnos tarjetas o billetes. Una vez
estábamos todos, en el andén comentábamos la jugada, lo que nos
había pasado la noche anterior o bien durante la mañana del mismo
día. Él, ya venía por nuestra izquierda, no como en otras ciudades
que venía, extrañamente, por la derecha. Al subirnos al vagón, por
la hora que era, no había mucha gente. Y siempre teníamos la
posibilidad de sentarnos, aunque nunca lo hacíamos. Pronto
llegábamos al centro, la plaza, las ramblas, mi parada favorita. Al
salir, aunque todavía era muy temprano, ya había grupos de gente o
gente sola esperando a otra gente. Una vez fuera, ya sabíamos que
recorrido íbamos hacer, primero las tiendas de discos que había
girando a la derecha. Viejos locales, con también viejos discos en
sus aparadores. Horas más tarde, con nuestros tesoros de vinilo bien
asegurados en sus recipientes de plástico, marchábamos otra vez de
vuelta a la parada. Una vez dentro, cómo cada tarde, estaban ellos.
No faltaba ninguno. El batería, los guitarras, el bajo y el
cantante. El grupo tocaba todos los días cómo aquel desde hacía
tiempo. Nos posicionábamos debidamente, alrededor de ellos, y nos
dejábamos llevar por la música. Tocaban temas de siempre. Pero
verlos en directo era una sensación genial. El tiempo, cuando lo
disfrutas, pasa rápido. Ahora nos tocaba bajar al anden. Mientras
esperábamos revisábamos las portadas y las letras de las canciones
de nuestros discos o por los menos lo hacíamos con los de los demás
si no habíamos adquirido ninguno, bien por no encontrar ninguno
interesante o bien por no llevar un chavo encima. Siempre había
algún conocido que nos encontrábamos entre el barullo de los que
esperábamos, que nos decía: Qué música rara. La vuelta era quizás
lo que menos nos gustaba. Se acababa la aventura. Cuando faltaba poco
para llegar, unas cuentas paradas antes. Salíamos del túnel y, al
fondo, se divisaban los edificios de nuestro barrio, iluminados por
las estrellas.
David Peña Pardo ©
(2013)
(2013)