viernes, 12 de julio de 2013

Paradas de metro

Presentado al último concurso de TMB de relatos cortos, para la diada de Sant Jordi de 2013. Las prisas no me dejaron pulirlo y arreglar algunos fallos sintácticos. Ahora ya se puede decir que está acabado. Gracias a mis críticos Belinda, Feli y en especial mi tocayo David, por sus comentarios siempre constructivos.

Paradas de metro


Ellas marcaron mi vida. En la línea roja, la uno, la primera, en ella estaban la mayoría de ellas. En la de mi barrio quedábamos para ir al centro. Casi no teníamos un duro, pero siempre conseguíamos algunas tarjetas o billetes o monedas para comprarnos tarjetas o billetes. Una vez estábamos todos, en el andén comentábamos la jugada, lo que nos había pasado la noche anterior o bien durante la mañana del mismo día. Él, ya venía por nuestra izquierda, no como en otras ciudades que venía, extrañamente, por la derecha. Al subirnos al vagón, por la hora que era, no había mucha gente. Y siempre teníamos la posibilidad de sentarnos, aunque nunca lo hacíamos. Pronto llegábamos al centro, la plaza, las ramblas, mi parada favorita. Al salir, aunque todavía era muy temprano, ya había grupos de gente o gente sola esperando a otra gente. Una vez fuera, ya sabíamos que recorrido íbamos hacer, primero las tiendas de discos que había girando a la derecha. Viejos locales, con también viejos discos en sus aparadores. Horas más tarde, con nuestros tesoros de vinilo bien asegurados en sus recipientes de plástico, marchábamos otra vez de vuelta a la parada. Una vez dentro, cómo cada tarde, estaban ellos. No faltaba ninguno. El batería, los guitarras, el bajo y el cantante. El grupo tocaba todos los días cómo aquel desde hacía tiempo. Nos posicionábamos debidamente, alrededor de ellos, y nos dejábamos llevar por la música. Tocaban temas de siempre. Pero verlos en directo era una sensación genial. El tiempo, cuando lo disfrutas, pasa rápido. Ahora nos tocaba bajar al anden. Mientras esperábamos revisábamos las portadas y las letras de las canciones de nuestros discos o por los menos lo hacíamos con los de los demás si no habíamos adquirido ninguno, bien por no encontrar ninguno interesante o bien por no llevar un chavo encima. Siempre había algún conocido que nos encontrábamos entre el barullo de los que esperábamos, que nos decía: Qué música rara. La vuelta era quizás lo que menos nos gustaba. Se acababa la aventura. Cuando faltaba poco para llegar, unas cuentas paradas antes. Salíamos del túnel y, al fondo, se divisaban los edificios de nuestro barrio, iluminados por las estrellas.  

David Peña Pardo  ©
(2013)
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