sábado, 28 de marzo de 2015

El escritor

A Julio Cortázar

Aparece el cadáver del escritor, en el quinto piso del edificio, que da a la calle Solentiname. Iniciamos las pesquisas del caso. Tiene la cabeza sobre la mesa. El cuerpo caído sobre la silla. El lápiz aún en su mano derecha. Si levantamos su cabeza veremos un cuaderno. La sangre le sale de manera lenta, pero sin pausa, del orificio trasero del craneo. La bala, seguramente, sigue ahí dentro. En la mano izquierda vemos que agarraba, ahora ya no, una goma de borrar. La última hoja del cuaderno repleta de líneas de texto, con algunos dibujos incomprensibles a los bordes. Leemos las últimas líneas.

El asesino entra en el cuarto de la víctima, en silencio. El hombre está escribiendo. Mientras un cigarro se muere de forma agónica en el cenicero de cristal. La Remington ya se encuentra en la mano del asaltante. Justo en ese momento la víctima alarga el brazo izquierdo, para recoger una goma de borrar.

Un disparo certero. Punto final.

David Peña Pardo ©

miércoles, 25 de marzo de 2015

Comida rápida

Ya no recordaba la veces que había dejado de fumar, lo había probado todo, desde hipnosis, pasando por parches y pastillas, hasta cigarros electrónicos. Sin ningún resultado, siempre volvía al país de la nicotina, los dedos de la manos y los dientes amarillos, la molesta tos de todas la noches, los nervios  La televisión ya no daba nada interesante, Eva se había ido a su estudio, me había quedado solo en el salón, esperando que llamase el pizzero que tenía que venir con nuestro pedido. El ascensor llevaba varios días averiado, por lo que bajé por las escaleras.Cuando descendía, cual bailarín de claqué, por los escalones de éste edificio ocupado de obreros desclasados, que opinaban ser superiores al resto de su clase, por estar cerca del redil de su amado jefe, en oficinas deshumanizadas, grises y penosas, pero que les permitía disfrutar de un fantástico parking. Herramienta ideal para aislarse de las miradas inquisidoras, de esos perdedores transeuntes, que padecían las aglomeraciones del transporte público. Mientras pensaba todo estas cosas, me vino un olor a pepperoni, justo en la planta inferior, mezclado con un dulce sabor a queso, que inundaba mis papilas gustativas. Me decía a mi mismo, ¡Qué coincidencia! ¡Otro que ha pedido pizza!

Justo llegué al portal, y abrigado por una ligera chaqueta azul marino y una braga del mismo color, me puse a esperar. Pasaron varias motocicletas pero ninguna era la que yo esperaba. Cuando llevaba ya un rato esperando, se me acercó una chica, creo que de mi edad y me dijo, ¿Oye? ¿Han puesto un guarda de seguridad en éste edificio? Pues no, que yo sepa no, le contesté. En ese momento no di importancia al comentario. Justo me giré, miré al espejo, y vi ante mi a un tipo no muy alto, abrigado justo con la misma pinta que los guardas jurado, esos que se pasan todo el partido de fútbol, de espaldas al campo, mirando al infinito. Y pensé ¡Claro!

Ya había pasado una hora, o al menos eso pensaba yo. Motocicletas no vi ninguna, pero eso esí, fumadores, por todos los rincones, se ve que había un congreso o algo por el estilo. Justo las manos empezaron a temblar y entonces fue cuando me dije, machote vamos a casa, que el pizzero ha pasado de ti. Abrí la puerta y ella estaba en el sofá, se me quedo mirando atónita, ¿Y la comida?, dijo con sorna. Finalmente cenamos unos fideos preparados, que llevaban semanas esperando su oportunidad igual que un francotirador serbio aguarda a sus víctimas. Me fuí a la cama. Soñé con una pizza familiar de pepperoni, acompañada de un queso parmesano exquisito, lo extraño es que no me la comía yo, si no una cara familiar que se reía frente a mi espejo.

David Peña Pardo ©

martes, 17 de marzo de 2015

Otro tren

El autobús iba repleto. Tuve mucha suerte de poder sentarme al final, junto a una mujer gorda, que usaba una colonia muy fuerte y desagradable. El movimiento del vehículo, el alboroto de las conversaciones subidas de tono, y el olor a humanidad estaba haciendo que me marease. Deseaba llegar a mi parada lo antes posible. Al llegar a la Plaza Central. Justo delante del Gran Teatro. Me pude bajar. Comencé a caminar a paso ligero hacia la estación de los ferrocarriles. Cogí el tren de la línea que se dirigía a la Universidad Central. Me gustaba coger ése tren porque siempre estaba repleto de chicas jóvenes y guapas, acompañadas de su carpetas y cachivaches electrónicos. Yo no pude ir a la universidad ni vivir el ambiente de ésta, así que era un consuelo de perdedor poder disfrutar de ese momento diario.

No me di cuenta, en un primer momento, pero justo me senté, vi a la preciosidad que tenía delante. Una chica con el pelo castaño, largo, levemente ondulado. Llevaba un aspecto desaliñado, de hecho tenía el pantalón manchado. No creo que tuviese más de veinte o veinte y pocos años. Su indumentaria se completaba con unas botas de montaña, y un jersey naranja, algo chillón, que tenía un ligero escote. Ella no me miro, pero yo a ella sí. Tenía una expresión facial muy agradable. Sus ojos eran marrones. Mientras pensaba en todo ello, ella revisaba su móvil, seguramente escribiendo alguna cosa en twitter o Facebook, o enviando algún mensaje a alguna amiga. Intentaba hacerme el dormido, para no mirarla tanto y que ella se diese cuenta.

Justo cuando faltaba poco para llegar a mi parada, y así por fin, caminar cinco minutos y llegar a mi destino. Pasó algo que no me esperaba. Cómo dije antes me hacía el dormido, y justo cuando abrí los ojos, ella me estaba mirando fijamente, y entonces me dijo:

-¿Qué?

Yo no sabía que responder. De hecho nunca me había pasado algo así. Por suerte para mí, fui salvado por la campana, ya que justo en ese momento llegaba el tren a mi estación. Y ruborizado y con una gran vergüenza bajé del tren, pensando en que tendría que coger otro tren diferente al día siguiente.

David Peña Pardo ©
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