viernes, 9 de diciembre de 2016

Un libreta



Hace unos días, un poco sin querer, me reencontré con una libreta que daba por perdida.  En ella, en mis últimos años de instituto, a modo de diario, escribí lo que fue mi última etapa creativa, ya que desde entonces, mi producción, por llamarlo de alguna manera, quedó seriamente mermada.

La cuestión es que al volver a leer sus páginas me he reencontrado con pensamientos de entonces y poesía, mucha poesía. Una parte importante recogida de libros que pasaron por mis manos en esa época. Para que os hagáis una idea, autores como Cesare Pavese, Mario Benedetti, César Vallejo y Roque Dalton. Y otra mucha de mi propia creación.

Es evidente que con tanto traslado existe la posibilidad que al final quede abandonada en algún piso o extraviada en un camión de transporte. Por lo que he decidido transcribir parte de esa obra.

Las obras no tienen por que ser cronológicas, eso sí, forman parte de mi escritura entre los años 1999 y 2003 

No las he puesto todas, quizás más adelante.

El primer animal

Hablando de tanta revolución
se nos llena la baca de escarabajos,
tantos negros, como peloteros,
y con el paso del tiempo
somos viles camaleones
forjando una nueva vida,
llena de mareas y cangrejos.

©  David Peña Pardo

Esto no es un réquiem

Roque me enseñó como
             hablar al caracol y 
                  a la tortuga.
Tristemente no me puedo enseñar
              como parar la bala....
              .... del propio hermano cazador. 

© David Peña Pardo


Petición

Juventud del mundo, no duermas
¡despierta!
tienes que ser vigorosa y vital, 
como lava de rebeldía, 
inundar nuestro corazón,
de inquietud y deseo.

No te duermas juventud -divino tesoro-
¡despierta!
Llena la tristeza del anciano despojado,
de vivencias, de tu calor humano,
no te duermas,
¡despierta!

Que lástima ver semejantes,
con arrugas,
       viejas arrugas,
en su espíritu, 
        ya agotado, 
acostumbrado y cabizbajo. 
¡despierta!

Juventud despierta, yo te necesito,
correo por mis venas cual dragón,
revíveme,
¡envejecer mi ser no quiere! 

© David Peña Pardo

Cementerio de ausencia

Te tengo,
como una losa sobre mi cuerpo,
    que me oprime
            con su mortal peso.
Mientras me pudro,
te veo a lo lejos,
     ni te inmutas, 
          ni te exaltas.

Los bichejos se ríen de mi
       a la vez que me devoran.

Poco a poco
       en la tierra me disuelvo,
  formo parte de otros seres,
        otros que me recogen,
  otros
         que de mi toman vida,
                                        resucitan.

Ya roto está mi mástil,
destruido, hecho añicos,
por tu ego, tu ser.

Mi buque,
     se dirige hacia el abismo,
           gris capitán intenta salvarlo,

En la travesía
    diviso los mismo naúfragos,
         que antaño
             eran mi destino,
                        mi vida.

© David Peña Pardo

domingo, 18 de septiembre de 2016

La primera vez



Los cómics estaban ahí, cómo todos los días. La sala era rectangular. Con estanterías en todas las parades, con varias plantas. Los ejemplares se encontraban ordenados por autores e historias. La primera vez que fuí, con mi hermano mediano, aunque por entonces era sólo mi hermano pequeño, estaba perdido, no me interesaba para nada estar allí. Tenía pavor al aburrimiento. Sólo había tenido un tímido encuentro con ellos, en una breve excursión matutina a una pequeña feria de muestras, en una estación de tren, que aprovechaba sus instalaciones para las paradas de libros infantiles y juveniles. "Les aventures extraordinàries d'en Massagran", ha sido quizás el primer cómic que vi, o al menos eso creo. En casa no tenía ninguno. Al volver del trabajo, una vez mi padre trajo uno, era de superheroes. De segunda mano. Lo miré, que no es lo mismo que leer, varias veces, sin demasiado entusiasmo. En la pequeña biblioteca indagé en busca de alguno, sin demasiada letra. En uno de ellos aparecía un vaquero del oeste, sobre un caballo blanco, se trataba de "Lucky Luck".  Lo empecé a mirar, a chafardear, pasando páginas de dos en dos o de tres en tres.  Ese día, seguramente los cómics no conseguirieron calar mucho en mi.

 El mundo de las letras, por llamarlo de alguna manera, tuvo la suerte de que mi madre era testaruda, y quería transmitir su pasión por la lectura, a sus hijos. Nos continuó llevando los sábados, y los días de cada día, cuando era vacaciones, a aquella pequeña biblioteca.  La letras ya no eran simples adornos de los dibujos. Contaban una historia que añadía encanto y diversión a las aventuras que narraban los trazos y los colores. "Están locos estos romanos" , leí en un parrafo en una viñeta, de un volumen blanco, firmado por dos escritores, con apellido raro. René Goscinny y Albert Uderzo. Se trataba de "Astérix el Galo"

Las relaciones de amor pueden empezar de manera calmada, con el roce, o cómo un rayo. La nuestra fue de las segundas. No podía parar de leerlos, que ya no era sólo viendo.

Derechos texto | David Peña Pardo ©
Derechos Imagen | Flickr

martes, 8 de marzo de 2016

Hamburguesa con patatas y refresco




No, yo no me avergüenzo, antes sí pero ahora no. Todo empezó el día aquel que fui a una librería en el centro. Me calcé mis zapatos, que algunos consideraban ortopédicos, mi pantalones de pana que combinaban a la perfección con un jersey de punto, regalo de mi suegra, todo ello aliñado con una magnífica gabardina y una bufanda de colores apagados. Aunque tengo carné de conducir hace años que no tengo coche, es un gasto inútil. Además, desde el día que un policía de tráfico imbécil me trató como un adolescente que ha cogido su primera borrachera, aunque sólo había sobrepasado ligeramente un ceda al paso, se me quitaron las ganas de conducir y mezclarme en esa vorágine que es la carretera. Llegué a la estación con mi anacrónico periódico bajo la axila y mi tarjeta en la mano. Hacía unos días que habían acabado las clases en el instituto, el despacho ya estaba cerrado con llave y todos los profesores se habían desperdigado por los teatros, museos y hoteles del continente. El vagón estaba a rebosar de turistas que claramente no sabían en que lado del océano atlántico estaban, ya que muchos llevaban sobre su cabeza amplios sombreros mexicanos. No les presté demasiada atención, me sumergí en la sección cultural del diario, que hablaba de las últimas novedades editoriales, de autores para adolescentes. Al final, acabé en la sección de clásicos, que cada cierto tiempo reeditaban. Una vez llegué a mi parada y salí a la calle, el sol de finales de año me acarició el rostro y yo lo agradecí. Al entrar en la librería, que estaba a rebosar, seguramente por las compras de navidad, disimulé mi destino final, consultando las secciones de filosofía, sociología, para, al fin, llegar a la sección de novedades. Revise cada una de las obras, mis ojos escrutaban las portadas de los libros expuestos en las mesas, y los lomos de los de las estanterías. Nada, el autor que buscaba no estaba allí, ni un sola obra, y eso que llevaba cuarenta años escribiendo y tenía a sus espaldas más de cincuenta obras, todas superventas. No tuve más remedio que dirigirme al mostrador y hablar con una de las dependientas. Esta llevaba gafas, con pelo castaño y delgada, no debía tener más de cincuenta años y sufría de una ligera alopecia femenina. Le pregunte:

- Disculpe, estoy buscando libros, si pueden ser los primeros de su carrera, de Esteban Rey.

Entonces me lanzó una mirada inquisidora y me dijo:

- No solemos tener obras de ese autor. Creo que ahora mismo sólo tenemos su última novela. ¡Ah! También el libro “Entretanto creo”

- Genial, le dije.

- Pero no es una novela si no una autobiografía – me dijo con cierta sorna.

En ese mismo momento recordé el incidente con el agente de la ley, de hace un tiempo. Sentía que la trabajadora me recriminaba con su tono y gestos faciales, que una persona de mi edad y aspecto pueda ser lector de un escritor de literatura basura como ése. Me sentí ciertamente abrumado y algo desconcertado.

-Sí, lo sé. -le dije- ¿Me lo puede enseñar?

Soltó un suspiro, se levanto y me indico que la siguiese.

Llegamos hasta una sección detrás de una columna, sin mesa y con una pequeña estantería, apenas visible desde la mayoría de los ángulos del local. Con sus finas y ya algo arrugadas manos revisó los volúmenes, hasta que soltó:

- Mire, aquí están ambas obras. Adiós

En unos segundos había vuelto a su puesto tras la computadora, abstraída en sus quehaceres diarios.
Uno de ellos era su última novela. Según la crítica no era una de sus mejoras obras. Al revisar la otra me di cuenta que era de otro autor, con el mismo apellido, pero diferente nombre.

Decepcionado salí a la calle, dejando atrás los escaparates con las últimas novedades en la literatura existencial, la poesía simbólica y la prosa decadente. Seguí paseando, llegué hasta las ramblas, desde allí caminé sin rumbo fijo. Al pasar cierto tiempo, quizás una hora, mis pies me llevaron junto a un centro comercial, de varias plantas. La principal albergaba diferentes bares y restaurantes, y en el fondo unas escaleras mecánicas daban acceso al resto de pisos. No tenía mucho que hacer, y tenía algo de hambre. Tomé un café y un tostada con mantequilla, en un pequeño bar, mientras el espectáculo de las compras navideñas amenizaban mi desayuno.

Subí hasta la planta de la librería. Allí todo estaba organizado de manera muy diferente a su homónima del centro. El local era mucho más grande, las mesas eran más bajas, muy similares en aspecto a los palés de un almacén, justo encima las obras se apilaban en varios niveles. Todo era muy caótico, pero, al poco, vi una gran cartel con la foto del autor que buscaba. Esgrimía una esperpéntica sonrisa, más parecida a la de un psicópata que a la de un garante de la cultura. Mientras me acercaba hordas de compradores compulsivos, con sus llamativas bolsas de colores, me bloqueaban el camino. Con paciencia y tras sufrir codazos y pisotones, conseguí plantarme junto a una de las pirámides. Allí estaban las obras que buscaba, la primera que publicó, allá, por los años setenta, mientras vivía en un caravana, con su mujer también escritora, apunto de estar en la indigencia. Trataba sobre una adolescente, con incipientes poderes paranormales, con una madre alcohólica y que sufría acoso escolar. Cogí este, junto a otro de la misma época. El personaje principal era un hombre que sufría un accidente de tráfico y quedaba en coma. Cuando despierta se da cuenta que tiene poderes, concretamente de premonición, ve el futuro.

Pagué la cuenta y me marché, con cierta sensación de agobio, por la multitud enloquecida. Los ojeé en el tren, eran increíblemente adictivos. El propio autor se definía como la versión literaria de una famosa cadena de comida rápida.

Llegué al barrio residencial de las afueras, donde vivía. Cerré la puerta tras de mi. Me senté en mi viejo sillón y abrí el apetito, seguí por los entremeses, degusté los platos fuertes, y en lo que pasó el fin de semana, ya me había leído ambas obras. Con una gran satisfacción, encendí la cadena de música y sonaron, primero Miles Davis y después Charly Parker. Geniales acompañantes, como las patatas fritas y el refresco de una deliciosa hamburguesa.

David Peña Pardo ©
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