miércoles, 9 de julio de 2014

Aniversario



Los sonidos entraban con un ritmo pausado en los oídos de Clara. Chet Baker seducía sus tímpanos y la transportaba a otros lugares, perdidos en el tiempo. El piano negro de cola estaba ubicado en mitad de la gran sala, los camareros con pajarita llevaban los cocktels a las mesas. La pequeña orquesta tocaba un tema ligero. Llevaban varias horas allí. Una leve brisa entraba por las puertas que daban a la terraza del hotel. Una noche de verano cualquiera. Juan vestía un traje que parecía hecho a medida para sus enormes hombros. Si alguna vez se le había pasado por la cabeza que sería para ella la humbría, él la representaba sin dudas. Alto, con un pelo negrísimo, más oscuro que una noche sin luna. Su voz, le transmitía serenidad y temple. Fumaba de forma pausada y casí al rítmo de la notas de la música. Se habían conocido en una vieja librería en el Mercats dels Encants. La literatura rusa era su perdición. Por entonces no estaba bien vista. Qué los dos alargasen el brazo para coger el mismo tomo de Guerra y Paz, sin duda fue cosa del destino. Se trataba de un viejo ejemplar de principios de siglo veinte. Con el lomo y las tapas de color rojizo. Destacaba sobre el resto de libros. Ambos se quedaron parados y un poco avergonzados. Las cosas ahora no son como antes. La juventud cumple con la máxima del carpe diem y no se preocupan de los mandamientos de una sociedad encorsetada en viejas costumbres.  Soltó ¡Qué vergüenza! Mientras el caballero fornido que tenía junto a ella, cogía con sus fuertes manos el volumen en disputa y se lo entregaba. 

- Lo he leído varias veces. Siempre lo leo en verano. Las nieves de Rusia son geniales en éste tórrido agosto.

A partir de entonces compartieron algunos paseos por las Ramblas o visitas a mercados de libros del viejo o , más tarde, visitas a  hoteles, donde por difícil que pareciese por aquel entonces,  tenían pequeños bares restaurante con orquestas.  La noche era nuestra, pensaba.  

Al igual que el papel se vuelve amarillo con el tiempo, el color de su piel se fue arrugando, el cabello le quedó blanquecino cómo la estepa siberiana y él se fue. 

Hoy es su aniversario. Quizás no está en un hotel, no suena esa fabulosa música de negros americanos en sus oídos, y todo es fruto de su imaginación. Quizás los camareros no llevan pajarita, y son sólo celadores de un viejo geriátrico. Pero en su mesita sigue teniendo el mismo libro, porque hace mucha calor y no hay nada mejor que las nieves de Rusia para éste caluroso verano.

David Peña Pardo ©
Julio de 2014

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