martes, 28 de abril de 2015

Monstruos (primera parte)

La bruma acechaba entre los árboles decrépitos de aquel decadente bosque. La oscuridad había vencido a la luz en su batalla. El frondoso paisaje de copas retorcidas no dejaba pasar apenas un rayo de sol. A pesar de ello había vida allí, por llamarla de alguna manera. De repente, de entre la niebla que cubría el suelo, sobre el oscuro musgo, surgió un cuerpo. Se trataba de un niño, cubierto por hojas muertas y ramas secas. Abrió los ojos. Intento incorporarse, pero el terror le impedía moverse. La brisa empezó a soplar en ese tétrico paraje. El chico giró levemente la cabeza hacia atrás. Mientras el bello se le erizaba, lo vio. Se trataba de un personaje en harapos, alto como una montaña, los brazos muy largos, con unas manos gigantes. El rostro hacía mérito al resto del cuerpo. Con una nariz deforme, las cuencas de los ojos vacías, la piel arrugada hasta el infinito y una boca, donde se asomaban unos colmillos, parecidos a los de un jabalí. Sus extremidades volvieron en si y volvió a tomar el mando de su cuerpo, tras el espanto. El monstruo, porque sin suda se trataba de un monstruo, corrió hacia él, dando grandes zancadas. El niño, asustado, trató de correr, se resbaló, en un principio, pero logró incorporarse. Corrió con todos sus fuerzas, su alma le decía que se estaba jugando la vida. Era inútil, en apenas unos segundos lo tenía casi en su cogote. El gigante alargó el brazo, justo sus manos mugrientas y sucias iban a tocar la capucha de la sudadera del chico, cuando éste desapareció.

Pol se levantó de un grito. Una mano cálida le tocó la frente.

- Cariño, estás casi a cuarenta de fiebre, llamaré al médico. Descansa. Le dijo su madre, que se encontraba en una mecedora junto a él.

Trató con todas sus fuerzas de no volver a dormirse, pero la somnolencia causada por su estado se lo impedía, los párpados se le cerraban, poco a poco, se iba introduciendo en otro mundo, pesado, onírico, peligroso, malvado.

- Un vaso de agua, mamá, tengo mucha calor.

Su madre marchó a la cocina y volvió con una jarra de agua y un vaso. Llenó el vaso y se lo ofreció. Pol tenía la cara ardiendo, parecía que un incendio la estaba abrasando, las gotas de sudor se precipitaban a la almohada desde su frente. Se incorporó levemente con la ayuda del brazo de su progenitora y bebió un poco.

Al volver a tumbarse le dio la impresión que se adentraba en las tinieblas, caía, más y más, hasta que volvió a resurgir de entre las hojas, pero ésta vez justo en medio de una pequeña isla de río, rodeada por una corriente furiosa y envalentonada. Se vio atrapado, durante un buen rato miró la forma de salir de allí. Alzó la vista, observó lo que parecían ser unas lianas que cruzaban las dos orillas por el aire, sobre la minúscula isla. Trató de saltar con todas sus fuerzas pero todavía le quedaba mucha distancia para poder alcanzarlas. Amontonó algunos cantos rodados, intentando crear una especie de montículo, para así acortar las distancias. Se le quedaron las manos frías de cogerlos, el viento soplaba con más fuerza y comenzó a tiritar. Tenía las mangas de la sudadera mojadas y el frío le estaba calando los huesos. Se alzó sobre el montón de piedras, probó a saltar de nuevo, a duras penas consiguió agarrase a unas de las lianas, a la vez que el montículo se deshacía baja sus pies. Una vez sujeto, fue moviendo los brazos sobre la cuerda que le había brindado ése extraño paraje. Parecía que todo iba bien. A la mitad del recorrido entre la isla y el linde del bosque, oyó un ligero crujido y la liana se partió. Se precipitó sin remedio sobre el agua, a merced de sus bravas corrientes. Movió los brazos de forma brutal para salvar su vida sin éxito. El rió le engullía y no podía hacer nada para remediarlo. ( Continuará)

David Peña Pardo ©
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