La
bruma acechaba entre los árboles decrépitos de aquel decadente
bosque. La oscuridad había vencido a la luz en su batalla. El
frondoso paisaje de copas retorcidas no dejaba pasar apenas un rayo
de sol. A pesar de ello había vida allí, por llamarla de alguna
manera. De repente, de entre la niebla que cubría el suelo, sobre el
oscuro musgo, surgió un cuerpo. Se trataba de un niño, cubierto por
hojas muertas y ramas secas. Abrió los ojos. Intento incorporarse,
pero el terror le impedía moverse. La brisa empezó a soplar en ese
tétrico paraje. El chico giró levemente la cabeza hacia atrás.
Mientras el bello se le erizaba, lo vio. Se trataba de un personaje
en harapos, alto como una montaña, los brazos muy largos, con unas
manos gigantes. El rostro hacía mérito al resto del cuerpo. Con una
nariz deforme, las cuencas de los ojos vacías, la piel arrugada
hasta el infinito y una boca, donde se asomaban unos colmillos,
parecidos a los de un jabalí. Sus extremidades volvieron en si y
volvió a tomar el mando de su cuerpo, tras el espanto. El monstruo,
porque sin suda se trataba de un monstruo, corrió hacia él, dando
grandes zancadas. El niño, asustado, trató de correr, se resbaló,
en un principio, pero logró incorporarse. Corrió con todos sus
fuerzas, su alma le decía que se estaba jugando la vida. Era inútil,
en apenas unos segundos lo tenía casi en su cogote. El gigante
alargó el brazo, justo sus manos mugrientas y sucias iban a tocar la
capucha de la sudadera del chico, cuando éste desapareció.
Pol
se levantó de un grito. Una mano cálida le tocó la frente.
-
Cariño, estás casi a cuarenta de fiebre, llamaré al médico.
Descansa. Le dijo su madre, que se encontraba en una mecedora junto a
él.
Trató
con todas sus fuerzas de no volver a dormirse, pero la somnolencia
causada por su estado se lo impedía, los párpados se le cerraban,
poco a poco, se iba introduciendo en otro mundo, pesado, onírico,
peligroso, malvado.
- Un
vaso de agua, mamá, tengo mucha calor.
Su
madre marchó a la cocina y volvió con una jarra de agua y un vaso.
Llenó el vaso y se lo ofreció. Pol tenía la cara ardiendo, parecía
que un incendio la estaba abrasando, las gotas de sudor se
precipitaban a la almohada desde su frente. Se incorporó levemente
con la ayuda del brazo de su progenitora y bebió un poco.
Al
volver a tumbarse le dio la impresión que se adentraba en las
tinieblas, caía, más y más, hasta que volvió a resurgir de entre
las hojas, pero ésta vez justo en medio de una pequeña isla de río,
rodeada por una corriente furiosa y envalentonada. Se vio atrapado,
durante un buen rato miró la forma de salir de allí. Alzó la
vista, observó lo que parecían ser unas lianas que cruzaban las dos
orillas por el aire, sobre la minúscula isla. Trató de saltar con
todas sus fuerzas pero todavía le quedaba mucha distancia para poder
alcanzarlas. Amontonó algunos cantos rodados, intentando crear una
especie de montículo, para así acortar las distancias. Se le
quedaron las manos frías de cogerlos, el viento soplaba con más
fuerza y comenzó a tiritar. Tenía las mangas de la sudadera mojadas
y el frío le estaba calando los huesos. Se alzó sobre el montón
de piedras, probó a saltar de nuevo, a duras penas consiguió
agarrase a unas de las lianas, a la vez que el montículo se deshacía
baja sus pies. Una vez sujeto, fue moviendo los brazos sobre la
cuerda que le había brindado ése extraño paraje. Parecía que todo
iba bien. A la mitad del recorrido entre la isla y el linde del
bosque, oyó un ligero crujido y la liana se partió. Se precipitó
sin remedio sobre el agua, a merced de sus bravas corrientes. Movió
los brazos de forma brutal para salvar su vida sin éxito. El rió le
engullía y no podía hacer nada para remediarlo. ( Continuará)
David Peña Pardo ©
David Peña Pardo ©