lunes, 11 de junio de 2012

Chirridos



El ruido venía desde el cobertizo, todos los aparatos emitían sus chirridos y pitidos, sus malsonantes canciones de cuna, sus repetitivas exclamaciones, era insoportable. A pesar de eso, Tori tenía que estar allí, como cada día, cuidando que todos aquellos seres tuviesen sus dosis de corriente eléctrica, sus revisiones, su mantenimiento cotidiano. Llevaba muchos años en aquel lugar, llegó allí por casualidad, ya no recordaba ni como. Era una noche más, cómo tantas otras que había pasado de guardia. Pasaron las horas, como minúsculos granos en un antiguo reloj de arena, lentamente, pero de manera implacable. De repente, oyó un ruido, extrañamente, entre el escándolo general, quizás un crujido en la madera roída por la carcoma. No le dio más importancia. Apenas unos pocos minutos más tarde,volvió a sonar un sonido, apenas perceptible por el oído, como el de un pequeño roedor. Entonces se levantó de la silla que ocupaba junto a la entrada. Poco a poco fue revisando todos los recovecos del espacio, buscando indicios del causante del malestar que no le dejaba relajarse. Miró tras las máquinas, debajo de los artilugios anticuados, incluso abrió algún mueble, pensando que éste daría cobijo al vil invasor de su tranquilidad. Cuando menos se lo esperaba, escuchó otro golpe, ésta vez más fuerte. Provenía del tejado. Años atrás, y por falta de espacio, le construyeron una pequeña choza justo encima de su cabeza, por si algún día tenía que usarlo para albergar más cachibaches ruidosos en él. Una vieja escalera de madera conducía a él. Se dispuso a subir los escalones, y con fuerza abrió el portón que daba a dicha estancia. Una vez en ella, el sonido se volvía más claro. Ahora más nítido, distinguía la agonía de un pequeño animal, quizás un ratón o una rata. Hacía tanto tiempo que no subía, que no recordaba donde estaba el interruptor de la luz. El ruido cada vez era más agónico, de dolor. Comenzó a palpar las paredes, en busca de la llave que le esclarecería el misterio. Entonces, un grito horrible le dio un vuelco al corazón, y tras éste, el absoluto silencio. Por suerte, había encontrado el botón, y pudo dar la luz. Delante de sus ojos vio a un pequeño animal de campo, pero no como se imaginaba. Se encontraba todo su cuerpo dentro de un capullo blanco, como el de un gusano de seda. El pobre animal tenía la boca desencajada, y de ella salía un liquido con un color más cercano al negro que al rojo de la sangre común. Le empezaron a entrar nauseas. Se acercó un poco mas al pequeño ser ya difunto. Viéndolo más de cerca, se dio cuenta que tenía partes desgarradas. Y el olor era nauseabundo. El vómito le llegó sin avisar, se tuvo que apoyar en una de las paredes. Mientras intentaba calmarse y sosegarse, vio una sombra en la pared, redonda, acompañada de lo que parecían ser varias extremidades. Sin apenas tiempo a girarse sintió un golpe seco en su espalda, y después una incisión profunda. Quedo paralizado, sin poder apenas respirar. El ser que le había hecho eso, empezó a acercarse, comenzó a notar unos pelos húmedos en su nuca, en su cuero cabelludo, eran pegajosos. Intentó gritar para pedir ayuda, era inútil. Aunque alguien pasase por ahí el ruido de la sala de abajo hacía el intento en inútil. La noche estaba fría fuera, había luna llena, y los lobos, ausentes durante tiempos inmemorables en los bosques de aquella zona, volvieron a aullar como seguramente nunca lo habían hecho.

David Peña Pardo ©
11/06/2012
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