El ruido venía desde el cobertizo, todos los aparatos emitían sus chirridos y pitidos, sus
malsonantes canciones de cuna, sus repetitivas exclamaciones, era
insoportable. A pesar de eso, Tori tenía que estar allí, como cada
día, cuidando que todos aquellos seres tuviesen sus dosis de
corriente eléctrica, sus revisiones, su mantenimiento cotidiano.
Llevaba muchos años en aquel lugar, llegó allí por casualidad, ya
no recordaba ni como. Era una noche más, cómo tantas otras que
había pasado de guardia. Pasaron las horas, como minúsculos granos
en un antiguo reloj de arena, lentamente, pero de manera implacable.
De repente, oyó un ruido, extrañamente, entre el escándolo general, quizás un crujido en la madera roída por
la carcoma. No le dio más importancia. Apenas unos pocos minutos más
tarde,volvió a sonar un sonido, apenas perceptible por el oído,
como el de un pequeño roedor. Entonces se levantó de la silla que
ocupaba junto a la entrada. Poco a poco fue revisando todos los
recovecos del espacio, buscando indicios del causante del malestar
que no le dejaba relajarse. Miró tras las máquinas, debajo de los
artilugios anticuados, incluso abrió algún mueble, pensando que
éste daría cobijo al vil invasor de su tranquilidad. Cuando menos
se lo esperaba, escuchó otro golpe, ésta vez más fuerte. Provenía
del tejado. Años atrás, y por falta de espacio, le construyeron una
pequeña choza justo encima de su cabeza, por si algún día tenía
que usarlo para albergar más cachibaches ruidosos en él. Una vieja
escalera de madera conducía a él. Se dispuso a subir los escalones,
y con fuerza abrió el portón que daba a dicha estancia. Una vez en
ella, el sonido se volvía más claro. Ahora más nítido, distinguía
la agonía de un pequeño animal, quizás un ratón o una rata. Hacía
tanto tiempo que no subía, que no recordaba donde estaba el
interruptor de la luz. El ruido cada vez era más agónico, de dolor.
Comenzó a palpar las paredes, en busca de la llave que le
esclarecería el misterio. Entonces, un grito horrible le dio un
vuelco al corazón, y tras éste, el absoluto silencio. Por suerte,
había encontrado el botón, y pudo dar la luz. Delante de sus ojos
vio a un pequeño animal de campo, pero no como se imaginaba. Se
encontraba todo su cuerpo dentro de un capullo blanco, como el de un
gusano de seda. El pobre animal tenía la boca desencajada, y de ella
salía un liquido con un color más cercano al negro que al rojo de
la sangre común. Le empezaron a entrar nauseas. Se acercó un poco
mas al pequeño ser ya difunto. Viéndolo más de cerca, se dio
cuenta que tenía partes desgarradas. Y el olor era nauseabundo. El
vómito le llegó sin avisar, se tuvo que apoyar en una de las
paredes. Mientras intentaba calmarse y sosegarse, vio una sombra en
la pared, redonda, acompañada de lo que parecían ser varias
extremidades. Sin apenas tiempo a girarse sintió un golpe seco en su
espalda, y después una incisión profunda. Quedo paralizado, sin poder apenas respirar. El ser que le había hecho eso, empezó a acercarse,
comenzó a notar unos pelos húmedos en su nuca, en su cuero
cabelludo, eran pegajosos. Intentó gritar para pedir ayuda, era
inútil. Aunque alguien pasase por ahí el ruido de la sala de abajo
hacía el intento en inútil. La noche estaba fría fuera, había
luna llena, y los lobos, ausentes durante tiempos inmemorables en los
bosques de aquella zona, volvieron a aullar como seguramente nunca
lo habían hecho.
David Peña Pardo ©
11/06/2012
David Peña Pardo ©
11/06/2012
INQUIETANTE... BUEN ARGUMENTO PARA UN CORTO, ENHORABUENA DAVID!, UN ABRAZO, Társilo.
ResponderEliminaresta guapo peña no me esperaba esa faceta tuya
ResponderEliminar