miércoles, 25 de marzo de 2015

Comida rápida

Ya no recordaba la veces que había dejado de fumar, lo había probado todo, desde hipnosis, pasando por parches y pastillas, hasta cigarros electrónicos. Sin ningún resultado, siempre volvía al país de la nicotina, los dedos de la manos y los dientes amarillos, la molesta tos de todas la noches, los nervios  La televisión ya no daba nada interesante, Eva se había ido a su estudio, me había quedado solo en el salón, esperando que llamase el pizzero que tenía que venir con nuestro pedido. El ascensor llevaba varios días averiado, por lo que bajé por las escaleras.Cuando descendía, cual bailarín de claqué, por los escalones de éste edificio ocupado de obreros desclasados, que opinaban ser superiores al resto de su clase, por estar cerca del redil de su amado jefe, en oficinas deshumanizadas, grises y penosas, pero que les permitía disfrutar de un fantástico parking. Herramienta ideal para aislarse de las miradas inquisidoras, de esos perdedores transeuntes, que padecían las aglomeraciones del transporte público. Mientras pensaba todo estas cosas, me vino un olor a pepperoni, justo en la planta inferior, mezclado con un dulce sabor a queso, que inundaba mis papilas gustativas. Me decía a mi mismo, ¡Qué coincidencia! ¡Otro que ha pedido pizza!

Justo llegué al portal, y abrigado por una ligera chaqueta azul marino y una braga del mismo color, me puse a esperar. Pasaron varias motocicletas pero ninguna era la que yo esperaba. Cuando llevaba ya un rato esperando, se me acercó una chica, creo que de mi edad y me dijo, ¿Oye? ¿Han puesto un guarda de seguridad en éste edificio? Pues no, que yo sepa no, le contesté. En ese momento no di importancia al comentario. Justo me giré, miré al espejo, y vi ante mi a un tipo no muy alto, abrigado justo con la misma pinta que los guardas jurado, esos que se pasan todo el partido de fútbol, de espaldas al campo, mirando al infinito. Y pensé ¡Claro!

Ya había pasado una hora, o al menos eso pensaba yo. Motocicletas no vi ninguna, pero eso esí, fumadores, por todos los rincones, se ve que había un congreso o algo por el estilo. Justo las manos empezaron a temblar y entonces fue cuando me dije, machote vamos a casa, que el pizzero ha pasado de ti. Abrí la puerta y ella estaba en el sofá, se me quedo mirando atónita, ¿Y la comida?, dijo con sorna. Finalmente cenamos unos fideos preparados, que llevaban semanas esperando su oportunidad igual que un francotirador serbio aguarda a sus víctimas. Me fuí a la cama. Soñé con una pizza familiar de pepperoni, acompañada de un queso parmesano exquisito, lo extraño es que no me la comía yo, si no una cara familiar que se reía frente a mi espejo.

David Peña Pardo ©

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