jueves, 31 de marzo de 2011

El poeta pastor, el pastor poeta

Mañana ya es primero de abril, y en breve, el 14 del mismo mes, se celebrará el ochenta aniversario de la proclamación de la segunda república española. Un hecho que no quiero dejar pasar, sobre todo por lo que significo esa república para la literatura en nuestro país. La generación del 27 tuvo su época más fructífera en éste periodo, obras como "Bodas de sangre" (1933), "Yerma" (1934) y "La casa de Bernarda Alba" (1936) de Federico García Lorca, "La voz a ti debida" (1933) de Pedro Salinas, "La destrucción o el amor" (1933) de Vicente Aleixandre, por citar algunas, se escribieron en ésta decada. En ésta época y alrededor de ésta generación se fueron vinculando otros escritores, que aunque no se les pueda considerar del 27, si tuvieron una relación muy estrecha con ésta. Uno de ellos, y desde mi punto de vista, el más destacado, es Miguel Hernández.

Miguel Hernández fue capaz de cultivar desde una educación totalmente autodidacta , -escribió sus primeros versos siendo pastor y leyendo a escritores del Siglo de Oro, cómo Cervantes, Lope de Vega o Luis de Góngora-,una poesía muy rica en su léxico y en su forma. Su obra la empecé a conocer en el instituto, y de todos sus poemas mis preferidos (entre muchos) son los siguientes:

Elegía a Ramón Sijé

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(El rayo que no cesa)

Ramón Sijé, era el seudónimo de su amigo José Marín Gutiérrez, persona clave en su vida y que, trás su muerte, dedicaría ésta elegía.

Joan Manel Serrat ha versioneado muchos peomas suyos, entre varios éste:



Cuando estalló la guerra civil en julio de 1936, tras un alzamiento militar sin duda traidor,contra un gobierno legítimo elegido en las urnas, Miguel marcha al frente. Es allí, cerca del campo de batalla, donde recibe una carta de su mujer, donde le explica que su hijo sólo se alimenta a base de pan y cebolla, y es cuando escribe uno de sus poemas más famosos:

Nanas a la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

Serrat también hizo una versión de ésta poesía:

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