sábado, 4 de junio de 2011

Escritos de instituto (I)

Tan inmensamente vital y doloroso es el amor, que llena nuestras vidas de momentos de tristeza y penuria y, algunos pocos instantes de pasión y ternura.

La historia que ahora os contaré contiene un poco de todo esto. Nuestras vidas son tan sencillas y humildes que, tales relatos sólo suceden de vez en cuando, muy de vez en cuando. Probablemente si un día la providencia nos pone su mano en el hombro y nos dice: Mira, has sido tu el elegido. Nos levantaremos sudorosos lamentando que todo aquello sólo haya sido un sueño.

Él, minúsculo entre los hombres, ínfimo animal racional entre bárbaros y déspotas. Se levanta al salir el sol, pensando en el porqué de todo lo que sucede y acontece, y tantas preguntas más, que ni el propio Sócrates se plantearía. Al anochecer llega a su casa, se tumba en la cama y observa a través de su ventana, como las nubes y la luna juegan a esquivar las antenas de los edificios de su joven barriada. Y, otra vez, se vuelve a cuestionar su nacer y existencia y el porqué de todo su sufrimiento, hasta llegar a dormirse, entonces aparca todas sus ansiedades hasta el despertar de la siguiente mañana.

Nuestro hombre se podría decir que es un poco solitario e intenta disminuir su soledad leyendo un poco de lo que le pasa a otras personas, a otros personajes, reales o ficticios, eso acaso importa, que más da escuchar a Romeo declarándose a Julieta, u observar como Marianela corre por las montañas fiándose de su instinto. La vida depara tantas sorpresas que nos sorprende abriéndonos el corazón y dándonos una última oportunidad, un último aliento, que al encontrarnos con él, nos olvidamos de ya pesadas penas y rencores. Él esto lo sabía y esperaba, tranquilamente, agotando poco a poco cada gota de su vida.

El día se levantó radiante, el sol lucía esplendoroso en su apogeo, había llegado el momento. Nuestro personaje se viste con sus mejores vestiduras, peinándose y arreglándose el dobladillo del pantalón, suspirando por su futuro. Sale a la calle y comienza a caminar, ¿para dónde?, no lo sabía, ciertamente él sólo quería andar, sabía que hoy era el día, que hoy la encontraría. De repente algo le detuvo y le dejó petrificado. Era ella, la tenía delante, era la mujer más bella que había visto en su vida, sus ojos oceánicos, claros y celestes, le alumbraban todo el rostro, y sus cabellos, ¡ay!, sus cabellos, arraigados en la primavera, llenos de frescura, vivos y rebeldes, evocadores de pasión y desenfreno. Cupido cumplió tan bien su tarea, que los dos quedaron prendidos. Se creó un mundo entre ellos, paraje mágico y celestial, lleno de buenos momentos, pleno de claras vivencias, fugitivo del dolor, esquivador de tanta pena.

Pasaron lunas y ceremonias y el amor, tan puro como era, terminó matándolos a los dos, como si Dios, ya tan harto de tanta perfección, decidiese terminar, por envida, con esa viva relación.

Y, al fín, los dos juntos, al borde del abismo, esperando y aguardando sus fatal destino, agarrados de la mano, suspirando por todo lo pasado.

David Peña Pardo. (Año 1999)

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